ROSA


Le dice a su amigo que espere fuera, que será solo un momento, y se adentra en las ruinas de lo que antes era la tienda de comics que iba cuando era un chaval y la realidad todavía no se había convertido en barro. Destrozada, ya no queda nada de lo que fue, de esos tiempos que uno veneraba a los superhéroes como se veneran a los Dioses en las iglesias, las sinagogas, las mezquitas, los templos. Tan solo hay ratas, muchas ratas, roedores que en vez de apartase temerosos cuando él entra, se quedan al acecho con miradas hinchadas de odio a la espera de que un capo, un villano, les diga que tienen que hacer ante tal intrusión.

Siente el miedo en la espina dorsal, esa parálisis provocada por la densidad espacial y temporal colonizada por el monstruo que no se ve pero se huele, se oye, se percibe, la subida del ritmo cardiaco, e imitando a sus héroes de infancia, en contra de la gravedad que produce el terror da un paso adelante, otro, otro más, hasta llegar a la puerta cerrada que daba acceso al cuarto donde Rosa gestionaba los pedidos, organizaba las estanterías, llevaba las cuentas tratando de evitar que los números rojos no fuesen una herida que no se puede curar, donde Rosa bailaba a los dibujos, los trazos, los contornos, las líneas, los guiones, para descalificar a jueces, policías, políticos, empresarios, todos ellos corruptos, hacer caer del punto más alto de la pirámide al faraón, al rey, al hombre del saco, derrumbarla para otorgar una segunda oportunidad a los parias, a los yonkis, a las prostitutas, a los que solo saben sobrevivir con una mirada triste porque se sienten que son nada y que no sirven para nada. Recuerda como le decía: "Algún día todo esto cobrará forma, y alguien se dará cuenta que estoy creando algo bueno y lo apoyará para que se edite, todo el mundo querrá leerlo y me sentiré orgullosa de haber hecho algo que de verdad me produzca satisfacción interior"

Ahora ahí donde antes estaba Rosa, en su lugar se encuentra con una rata gigante del tamaño de un ser humano adulto, esta le echa una mirada de soberbia, de indiferencia, mientras sigue alimentándose de lo que podría ser el cuerpo de una persona o de otro tipo de animal. Ya no hay miedo recorriéndole por su espina dorsal, hay algo peor, una tristeza infinita, derrota y el volver sobre sus pasos sabiéndose impotente. Cuando sube al coche de su amigo le dice: "Arranca, que a veces las cosas cambian como a uno no le gustaría que lo hiciesen".

Saludos y gracias    

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