SI TÚ NO ESTÁS EL MUNDO ES UN FUNERAL


Te rascabas con rabia y me decías: No me mires, no me gusta que me mires con esto que tengo por todo el cuerpo. Parezco un monstruo.

Daba igual que tratase de decirte que no me importaba, que estaba a tu lado. Sé que llorabas cuando te encerrabas en el baño, supongo que era insoportable, angustioso, demoniaco, te apartabas hasta el otro extremo de la cama para que no nos rozásemos. Si rechazabas que tus manos pudiesen deslizarse, acariciar cada contorno, cada línea, cada escondrijo de tu cuerpo porque te daba asco, ¿Cómo podías aceptar que lo hiciesen otras manos aunque esas fuesen las mías?

¿Qué te encontrabas a oscuras por el pasillo las noches que te levantabas porque no podías conciliar el sueño e ibas en busca de las pastillas que te ayudasen a dormir? ¿Por qué nunca quisiste guardar esas mismas pastillas en la mesilla de noche y preferías que estuviesen en la otra punta de la casa? ¿Qué había en ese pasillo que te obligabas a recorrerlo sin encender las luces, en esas horas que todo está en silencio menos el espeluznante ruido de las peleas de gatos del deslunado?

Me lo quisiste contar una vez a tu manera, sin rodeos, sin tangentes, sin enigmas ni condescendencias, ¿Para qué hablar de forma sutil, a fuego lento, si así no conseguías parchear la rabia, el miedo, el tsunami, verdad?. Fue una noche en uno de esos periodos cortos en los cuales las nubes que te entumecían se evaporaban, estabas de mejor humor, decidiste por los viejos tiempos salir a cenar (algo que hacíamos tan habitualmente y donde sembrábamos unicornios, bosques de elfos y tierras prometidas) después de un par de botellas de vino, creer que todo volvía a la normalidad, te pusiste sería y me dijiste: Ese pasillo es horroroso, veo charcos de sangre, escucho risas macabras, huele a la peor de las desidias, y por todas partes, por todas partes hay unos dientes afilados dispuestos a clavarse por todo mi ser. Recuerdo de niña, cuando tendría unos doce años que una noche que me levanté con ganas de mear, me encontré con algo o alguien en mitad del pasillo de la casa de mis padres, tenía la mano fría, muy fría y estaba tan pálido como el silencio más incomodo que te puedas imaginar y que te atraviesa por dentro y necesitas urgentemente ruido, mucho ruido. Me dijo que me fuese con él, que si no lo hacía me arrepentiría algún día, estaba tan asustada que empecé a gritar y a llamar a mis padres, cuando estos aparecieron y encendieron las luces él había desaparecido y nadie me creyó. Tal vez, debería haberme ido con él y nada de esto me hubiese sucedido.

¿Si te preguntase ahora y me pudieses responder me lo dirías? ¿Fueron esas malditas pastillas para el insomnio o el tratamiento para lo que tenías o la mezcla de todo lo que al final te llevaron a ese estado neurótico, esquizofrénico, chocando continuamente contra los límites, las barreras y los muros de la realidad? ¿Por qué llego un momento que no me dejaste que embistiera contigo a tus molinos de viento? Nunca entendí esas terribles ganas de matar que empezaron a gestarse dentro de ti, salvo cuando me acuerdo noche sí y noche también del tipo pasado de alcohol que decidió coger el coche en su estado de embriaguez la misma madrugada que tú saliste de casa a darte una vuelta porque no podías más, y cruzaste por aquel paso de cebra.

Saludos y gracias 

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