Atrás quedan esos días donde
nos comíamos la polla y el coño. Desnudos, sin importarnos si en el cielo había
nubes negras o nubes blancas. Entre risas, alucinaciones y sueños vírgenes nos
imaginábamos izando la bandera, como si fuese la vela de un velero que nos
arrastrase hasta el lugar donde sí habitan los unicornios. Porque entonces
sabíamos dejarnos llevar. Tú me contabas como el que cuenta un secreto que te
imaginabas que Johnny Cash después de tocar un par de canciones te aplaudía a
ti por haberlo escuchado, no tú a él. Importante el matiz, subrayabas. El lugar
el cuarto de un centro comercial donde se guardan los productos de limpieza y
estabais los dos a solas, mientras afuera una jauría humana con hambre feroz
buscaba gastar sus ahorros en regalos porque por esas fechas se celebraba la
fiesta del nacimiento de un muerto o de su resurrección, nunca me lo ha dejado
claro los efectos decorativos, belenes y ese árbol gigante con lucecitas y
otros adornos que como un impostor plantan en todos los lugares durante ese
periodo festivo.
Quizás es la resaca de esos
días o quizás simplemente que el otro día un tipo elegante con acento
extranjero en una corta conversación me dijo:
- Lo que no me gusta de
Barcelona son los marroquís que hay porque te roban.
A lo que yo le contesté:
- El problema no son ellos,
sois los extranjeros que venís con dinero y desestabilizáis nuestra economía,
alteráis nuestra calidad de vida, y esa es una de las peores formas que conozco
de robar.
Luego me quedé con las ganas
de hablarle de ti, y de izar una bandera e ir detrás de ese lugar donde todo merece
la pena, pero claro, para que perder el tiempo si no iba a tener ni puta idea
de lo que deseaba hablarle.
Saludos y gracias
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