Cadmio se pregunta cuantos
días más durará todo aquello, el aislamiento, el vacio que impone la soledad,
el silencio, roto únicamente por el sonido de sirenas de ambulancias que le
producen auténticos escalofríos, conjurándose para no pensar: podría haber sido
yo. Es entonces cuando se acuerda de Dios, pero para que la verdad sea dicha
Cadmio solo se acuerda de Dios para hacerlo culpable de las cosas, de las
situaciones que no entiende, que se le escapan de las manos, que le crean
tristeza, rabia, impotencia, que maldice. Además es un poco más fácil todo
cuando tienes a alguien a quien culpar, ¿Y qué mejor diana que Dios, (según
algunos creador de todo) para echarle las culpas y responsabilizarle de lo que
está sucediendo?
Se asoma a la ventana que da a
la calle con la esperanza de que el escenario, el ambiente con aires
apocalípticos que se puede observar haya cambiado, que esta pesadilla se haya
acabado. Pero sabe que por mucho que se quiera uno mentir, la atmosfera que les
envuelve es implacable con su dictadura. Libre se encuentra a su lado, desde
que empezó aquello no se separa de él, a cualquier lugar de la casa que se
traslade Cadmio, Libre detrás, nunca hasta entonces había desarrollado ese tipo
de obsesión, de marcaje, de si vas a saltar desde el acantilado quiero estar
ahí para agarrarte a tiempo y te des cuenta del error o si no te alcanzo si tú
caes yo también.
Como suceden las cosas que no
se buscan pero acaban pasando, el nombre de la calle de una manzana paralela a
la suya le desarrolla la habilidad de ir uniendo puntos hasta formar un dibujo
que se trata de un mapa, de un viaje, un origen y un destino. Aquella
revelación o voluntad inconsciente le lleva a La Habana, mientras todavía no
consigue espantar a las hienas del contexto al cual se encuentra atrapado y no
le permiten abrirse paso en su totalidad a esa nueva realidad, cae en la
nostalgia de preguntarse si alguna vez podrá olearla, oírla, sentirla, andarla,
bailarla, hablarle, conocerla. Una vez Cadmio liberado de la opresión, no solo
se ve, si no que se siente en las calles de La Habana, y es consciente a través
de cada poro de su piel que es feliz, sin poderlo evitar derrama alguna que
otra lagrima porque vuelve a sentirse vivo, ha abandonado el papel de naufrago,
de sobreviviente, ahora se permite el rol al cual todos deberíamos pertenecer
simplemente por el hecho de haber nacido, el derecho a vivir y disfrutar de la
vida.
Cadmio decide quedarse ahí, no
volver, surgen paisajes que son estados emocionales, personas que son lugares, y
en este caso encuentros que le dan sentido a todo, como si finalmente la
revolución hubiera encontrado su final feliz. Ahí está Cadmio en algún rincón
de La Habana, donde ha conocido a una muchacha de ojos azules, verdes o
naranjas, ¡qué más da!, mientras siga bailando con ella sin necesidad de
encontrar ningún punto de retorno.
Saludos y gracias.
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