LA CUEVA


Auditorias de mordazas no son necesarias. Hace frío en los albores de la primavera, algo no anda bien. Libre se encuentra inquieto, no cesa de ladrar a la puerta cerrada de la entrada de casa, como si afuera hubiese un dinosaurio dispuesto a devorarlo todo, o como si allá fuera (aunque pudiera parecer una contradicción) estuviera la solución para terminar con esta tragicomedia.
               
                Cadmio parece no hacerle caso a los ladridos de Libre, como si no los oyese, se salieron de su vibración, de su frecuencia. Está únicamente en que sacó más cosas para cocinar de las que necesita, y se lo dice a ella:

- Si estuvieras aquí ahora no tendría que guardar nada- Habla con Katida que se la imagina ahí con él, en la cocina, con una copa de vino y esa sonrisa que sin ella saberlo a Cadmio le limpia los chakras y se los equilibra.

- ¿Por qué me pusiste una falda con flores? No me malinterpretes, me gusta, siempre tuviste buen gusto para mí, no puedo decir lo mismo sobre las elecciones que hacías sobre vos, y sabes que no hablo de ropa, si no... No, paro, te lo juro, supongo que no me trajiste aquí para que te de la jodienda. Ya tienes suficiente con la falta de vitamina D.

- Lo sabes amor, la primavera, las flores son para la primavera.

- ¿Qué nos vas a cocinar?- Katida ríe, Cadmio quiere que ría, quiere que se sienta feliz, que le coja de la mano y le diga que deje de hacer lo que esté haciendo y venga con ella a bailar por toda la cocina, que si ahora el mundo es solo la cocina, pues que lo bailen una y otra vez, una y otra vez, hasta alcanzar el fin del mundo y más allá.

                Y todo se rompe de repente, se desvanece, Cadmio siente que aquello que había creado, construido, se le va deshaciendo entre los dedos. Anda como si lo hubiesen drogado, manipulado, alienado, sus sentidos solo encuentran una dirección, una obsesión. Con los restos de aquello que se le ha descompuesto entre las manos y se ha transformado en polvo lo recoge, lo convierte en una pasta negra, oscura, y empieza a dibujar figuras rupestres en las paredes del pasillo. Allí construye una historia de seres flacuchos y alargados sumergidos en una atmosfera rodeada por el mutismo, por la sombra alargada que deja a su paso el terror a lo desconocido que se propaga como un mala fiebre, como un mal virus, y esos mismos seres que al principio los muestra en sus pinturas haciéndose el amor, queriéndose, ayudándose, compartiendo. Gotelé tras gotelé su estructura física se va deformando, fuerzas que no pueden rechazar les van alejando de su núcleo, de su esencia, estas deformaciones traen nuevas intensidades, aumentando así a niveles de estallido nuclear la claustrofobia, la opresión, y es así que los mismos seres antes se hacían el amor, se amaban, funcionaban socialmente como una unidad equitativa, justa, igualitaria, sin embargo ahora separados de  ellos mismos comienzan a matarse.  

                A lo lejos Cadmio cree oír una voz que le llama, todavía no la reconoce, pero siente que le hace bien, quiere ir ahí, cambiar de frecuencia, sintonizar esa voz que parece música, paz, y es Katida diciéndole:  

- ¡Cadmio, vuelve! Por favor no te quedes ahí,  ven aquí conmigo, pero primero ves a por Libre, ¿no ves que está sufriendo y te necesita? ¿no ves que estáis sufriendo? Ven con Libre a la cocina y dime lo bien que me sienta el vestido de flores, lo guapa que estoy. Luego nos iremos los tres afuera a andar, a la playa, a volver a ser felices rodeados de mar y castillos de arena.

Saludos y gracias    

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